VOLCÁN

Mi corazón se traslada a mi sexo y laten quinientos caballos desbocados cabalgando sobre mis piernas, cascadas precipitándose en su galopar inundándolo todo sin mesura.

El cuerpo entero se estremece.

Máscaras de máximo dolor y gozo en una sola

como animal agonizante y a la par hermoso

preparado para parir un placer infinito

que me catapulta hacia nuestro ser más primitivo.

Una conexión directa con la madre naturaleza,

la tierra misma en mis agitadas venas;

más allá de las palabras, de la razón.

Una verdad más profunda que me habla

como si de pronto

mi sexo 

abarcara toda la sabiduría del universo, 

en esa parte tan íntima

como la flor que se abre con los primeros rayos del sol.


Me expando

me convierto en metamorfosis misma

en aleteo de mariposa

en todos los colores y formas

en estrella fugaz

en polen

en rayo de luz;

muero, 

me transformo

y  me reencarno

en mí.


En yo sin todas las capas 

que había antes del placer,

en yo desnuda

de la forma en la que conocí el mundo

y el mundo me conoció;

desprovista de todo

y abrazando la inmensidad.





DENTRO DE MÍ


Por alguna razón

la naturaleza me ha dado ese poder

desmesurado, incontrolable, insaciable.


Quiero pensar que es algo bueno

aunque no haga más que ponerle trabas.

A las mujeres se nos dio ese regalo 

y con las mismas, se nos arrancó de cuajo.

La censura azotando nuestras espaldas

con las fustas del patriarcado,

la frustración de quien no sabe escuchar

y aprisiona con etiquetas como grilletes:

princesa, virginal, casta, pura.


Y así se sienten más grandes,

ocultan sus miedos con nuestros barrotes. 


Pero yo tengo esto

que no me cabe en el cuerpo

y quiere salir a flote,

saborear sus ilimitadas posibilidades

y hacerlo con orgullo.

De alguna forma,

que parece inscrita a fuego en nuestro ADN

con el yugo de generaciones de esclavitud, 

parece que la opresión siempre estuvo ahí,

golpeando como un toro.

Aprendimos a ser nuestra propia policía

enmudeciendo el placer femenino,

ofreciéndolo a merced de otros,

transformándolo en pavor y no en gozo,

ataques de pánico que se hacen bola.

No verte, sentirte sola.


Pero sé 

que no soy la única,

ni una entre miles.

Sé que somos manada aullando en silencio durante siglos

y que ahora empieza a sacar la cabeza 

de este pozo de fango pesado y putrefacto.

Nuestro canto será tan fuerte

que sonreirá hasta la misma luna.

Vengo a ponerle fin a esta locura.

No pienso dejar que ni religiones, ni hombres, ni ideas, ni nada en el mundo

decida sobre lo único que es mío;

sobre este cuerpo que es mi hogar y mi templo,

sobre estos cimientos sagrados como un bosque de pinos.

Voy a darle la vuelta a lo que se me ha torcido,

volveré al centro, a la génesis, al principio de todo,

antes de que nublaran las capas.


No quiero ignorar este volcán que me habita,

quiero sentir la lava retorciéndome de gusto

pero solo hay soplidos para esta erupción que me invade

y me quedo bullendo hasta apagarla en silencio

y conformarme como siempre porque así es como debe ser

o eso me enseñaron desde antes de existir.


Pero ahora comprendo

que si alguien me ama

debe desearme libre

verme florecer

escuchar qué me ríe el cuerpo

enfrentarnos a lo desconocido

descifrar el mapa de interruptores diminutos para estallidos inmensos

crecer en mi apogeo y no apagarme

para sentirse más grande

sino encendernos

y en esa unión,

iluminar el mundo.





Fotografía: Rob.García.foto.



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