Me ahogo.
Me ahogo
en esta comodidad incómoda
que brinda el verano
y sus planes vacíos.
En esta patética facilidad.
Esta perfección putrefacta.
En esta normalidad de pega.
Mientras el Mundo se descompone
y nosotros regalamos nuestras pupilas
a las pantallas y otros asuntos
menos importantes.
Y este paraíso…
¿para qué se hizo?
Para eso… para ese
o para lo otro.
Nadie se acuerda
pero yo veo mar, montañas
de comida y dinero fácil
y siento que NADA
me pertenece.
Yo sólo quiero buscar
nuevas verdades.
Entregarle algo al Mundo,
sentirme parte de él
y no a parte.
Sé que lo somos
o algún día lo fuimos.
Antes de cortar las raíces
para enchufarnos a la corrientes.
Antes de cambiar paisajes por pantallas,
miradas por soledades,
atardeceres por relojes,
el aire por el humo,
la tierra por el suelo,
el suelo por la suela,
verde por cemento,
y el árbol por cimientos.
La risa por un selfie
y el abrazo…
por un emoticono.
Antes de eso fuimos larva,
fuimos risa, pies descalzos
pero es que a esto,
a esto lo llaman:
el progreso.
El progreso en carne viva.