Hay una niña
llamando a la puerta.
arañando gritando llorando
tras una pared blindada
de falsas etiquetas y excusas
de aparente normalidad.
Se instala en mis cervicales
se cuelga de las lumbares
y aprisiona mis pulmones
Contra este día
a
día
de aparente normalidad.
Hay una niña
que se cree ya olvidada.
Se columpia entre los pinos
y el fondo de mi lagrimal.
Observa por el cristal opaco
de sus muñecas y se pregunta…
si en algo se parece
a todas esas gentes que caminan
con aparente normalidad.
Basta.
Sólo quiere un abrazo
y que abran la ventana
y que entre esa brisa
que se lleva los miedos
que le apriete una mano
de esas que dicen
“ya estoy aquí”
sin decir nada.
Que le miren esos ojos
que recuerdan que existes.
Que eres, que estás.
No es normal, ni aparente,
es.
Sólo quiere esa dosis
que no reemplaza el consumo
ni la imagen
ni los títulos ni los números
ni los billetes ni las batallas
ni todas las palabras del mundo
ni el helado de chocolate
ni la aparente normalidad…
Esa dosis imprescindible,
que se inyecta en el alma
y te adhiere a la vida
esa dosis,
a la que la gente llama
AMOR.