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Fotografía: César S. Baroja |
Cada campo es diferente. Unos se
encuentran en fábricas abandonas con restos de amianto y demás sustancias
tóxicas, sin una sombra al aire libre, al aire que es lo único que puede
llamarse libre. Otros, viven en tiendas de campaña y a los afortunados, les
cubre un techo sólido. Aunque nadie se escapa de la falta de higiene, sanidad,
educación, alimentos y en definitiva, todo aquello que se entiende por
básico según lo que un día llamaron "derechos humanos" y que hoy es
simple papel del culo.
Esto es lo que superficialmente vemos
dentro pero, ¿cómo es la situación más allá de aquellas verjas?
Hoy nos dirigimos a la estación en
busca de algunas respuestas, hemos escuchado que alrededor malviven unas 200
personas Afganas. Caminamos... no parece haber demasiadas. Vemos algún hombre
sólo, una familia... preguntamos qué necesitan y la gente empieza a brotar de
debajo de las piedras y las aceras pero es domingo y los supermercados están
cerrados. Nos acercamos a un pequeño comercio y compramos cosas básicas a
precio de lujo; pan, agua, galletas, alguna sonrisa de apoyo.
Una mujer sola con dos hijos, uno de
tres años y el otro de uno, reclama nuestra atención. Debían llevar tiempo ahí
tirados, les cubre la roña y la melancolía. El bebé se tira enseguida a mis
brazos y se amarra como su billete de salida de un infierno hacia alguna
esperanza, como apelando a su infancia que se la están llevando las cucarachas.
La madre intenta cogerle pero el niño se agarra cada vez más fuerte. Es momento
de marcharnos así que le entrego al bebé y me quedo con el vacío amargo del
desconsuelo con el que me miran sus ojos y con la seguridad de que esa imagen
se ha quedado grabada en mi piel y en mis brazos.
La siguiente familia son todo mujeres a
excepción de un hombre que debe ser el padre y que nos entrega unas lágrimas a
cambio de nuestro ingenuo "¿qué necesita, en qué le puedo ayudar?"
Como si fuéramos a solucionarle algo con caridad. Debe ser la primera vez que
alguien la ofrecía, la primera vez que se ve en la posición de necesitar aceptarla.
Le damos algo de comida que habríamos cambiado por soluciones pero hoy no se
nos ocurría otra cosa.
Cuando echamos marcha hacia casa nos
invade una muchedumbre de niños y familias enteras o en proceso de
descomposición, que pasan algo más que la tarde en el parque. Pasean la vida
buscando el refugio que promete esa etiqueta de refugiado, que no es más que
aire de despotismo Europeo. Poco tenemos que ofrecerles esta noche.. Pasamos de
largo con la cabeza gacha esperando el nuevo día. El día que será mañana, ese
día que nunca llega.