CAMINOS DE IDA O VUELTA

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Nos despedimos de Lagadikia con un día de comida, bailes y palabras que demandan nuestra atención. A nuestra marcha, otro abandono en su camino. Pero sabemos que viene más gente a seguir con el proyecto y eso nos reconforta. Nos despedimos con abrazos y cariño en las pupilas, esperando que pronto dejen el lastre de la etiqueta de campo, de refugiados y den el paso a lo que dejaron atrás y se llama vida.

Mucha suerte,
desde la otra cara de Europa.


Fotografía: César S. Baroja
Los habitantes de Tesalónica, siguen su rutina de cada tarde; juegan al dominó y los pequeños en el parque. A su vez y como parte del paisaje, decenas de familias Afganas malviven en ese mismo suelo, abalanzándose ante cualquier mínimo gesto de caridad.
Esta tarde repartimos alimentos y material higiénico. Faltaban médicos, duchas y, en definitiva, vida.


Muchas de las mujeres, guardan en sus vientres un hijo con un futuro incierto. Y las mafias mientras rondan haciendo la guardia y el negocio. Y Europa se queda impasible cociendo a fuego lento una generación de rabia, sin educación ni acogida. Y nosotros ponemos parches en un desierto de sangre. Y pensamos en soluciones pero no se nos ocurre más que las pequeñas acciones de cada uno. Que quizás algún día, formen los granos de una gran montaña.


Fotografía: César S. Baroja


Las clases de inglés van acogiendo más gente cada mañana; diferentes edades, diferentes niveles… por lo que todo acaba siendo un tanto improvisado. Pero al final nos entendemos, intercambiamos experiencias, culturas y emociones que nos unen en simbiosis.


Mientras hoy aprendían vocabulario, yo me llevaba los brazos pintados, la gracia de sus bailes y la incertidumbre de dónde quedará el cariño que nos estamos cogiendo…

Fotografía: César S. Baroja


Los niños tantean nuestra caridad al vernos repartir comida. Todo el mundo quiere más, todos son familia numerosa pero nadie va con nadie. Preparamos algunas bolsas y las repartimos como nos permite el caos.
Nos despiden con los ojos llenos de gracias y nosotros deseándoles suerte en este camino lleno de piedras. 

La necesidad de desconectar nos guía hasta las paradisíacas playas de Chalkidiki. El mar nos moja la calma y nos limpia las emociones dejándonos un rastro de paz. Nos despedimos con el mismo sol que nos sonreirá mañana.



Fotografía: Paloma Agramunt




Fotografía: César S. Baroja


Cada campo es diferente. Unos se encuentran en fábricas abandonas con restos de amianto y demás sustancias tóxicas, sin una sombra al aire libre, al aire que es lo único que puede llamarse libre. Otros, viven en tiendas de campaña y a los afortunados, les cubre un techo sólido. Aunque nadie se escapa de la falta de higiene, sanidad, educación, alimentos y  en definitiva, todo aquello que se entiende por básico según lo que un día llamaron "derechos humanos" y que hoy es simple papel del culo.  

Esto es lo que superficialmente vemos dentro pero, ¿cómo es la situación más allá de aquellas verjas? 
Hoy nos dirigimos a la estación en busca de algunas respuestas, hemos escuchado que alrededor malviven unas 200 personas Afganas. Caminamos... no parece haber demasiadas. Vemos algún hombre sólo, una familia... preguntamos qué necesitan y la gente empieza a brotar de debajo de las piedras y las aceras pero es domingo y los supermercados están cerrados. Nos acercamos a un pequeño comercio y compramos cosas básicas a precio de lujo; pan, agua, galletas, alguna sonrisa de apoyo. 
Una mujer sola con dos hijos, uno de tres años y el otro de uno, reclama nuestra atención. Debían llevar tiempo ahí tirados, les cubre la roña y la melancolía. El bebé se tira enseguida a mis brazos y se amarra como su billete de salida de un infierno hacia alguna esperanza, como apelando a su infancia que se la están llevando las cucarachas. La madre intenta cogerle pero el niño se agarra cada vez más fuerte. Es momento de marcharnos así que le entrego al bebé y me quedo con el vacío amargo del desconsuelo con el que me miran sus ojos y con la seguridad de que esa imagen se ha quedado grabada en mi piel y en mis brazos. 
La siguiente familia son todo mujeres a excepción de un hombre que debe ser el padre y que nos entrega unas lágrimas a cambio de nuestro ingenuo "¿qué necesita, en qué le puedo ayudar?" Como si fuéramos a solucionarle algo con caridad. Debe ser la primera vez que alguien la ofrecía, la primera vez que se ve en la posición de necesitar aceptarla. Le damos algo de comida que habríamos cambiado por soluciones pero hoy no se nos ocurría otra cosa.
Cuando echamos marcha hacia casa nos invade una muchedumbre de niños y familias enteras o en proceso de descomposición, que pasan algo más que la tarde en el parque. Pasean la vida buscando el refugio que promete esa etiqueta de refugiado, que no es más que aire de despotismo Europeo. Poco tenemos que ofrecerles esta noche.. Pasamos de largo con la cabeza gacha esperando el nuevo día. El día que será mañana, ese día que nunca llega.



Las familias de nuestras alumnas habían huido de Alepo y se encontraban a salvo en zona verde. La clase resulta menos amarga de los esperado y se entusiasman ante las palabras que emergen del abecedario y de su memoria. 

Nosotros vinimos a ayudar pero nos llevamos más de lo que damos; nos regalan su cariño, nos invitan a entrar en sus tiendas y a compartir con ellos lo poco que les queda de una vida que antes era normal. Tomamos té, charlamos un rato y hoy la mayoría se quedan a cenar, bajo el calor del hacinamiento en aquellas casas de tela y la alegría con sabor placebo. 

Yo decido volver a casa antes; recuperar la energía, asentar lo vivido y descansar el ánimo que se me agota de tanta injusticia, de tanta impotencia. 


Fotografía: César S. Baroja

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