CAMINOS DE IDA O VUELTA

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Nuestro equipo es una pequeña gota en el océano de voluntarios que cada día intentan proporcionar a estas personas, algo de normalidad en sus vidas. Se intenta que tengan varias comidas al día, cierta rutina, algo que hacer… ojalá fuera tan fácil.
Esta mañana, mientras intentábamos orientarnos con un mapa en la clase de inglés, se nos fue el norte, el sur y todas las direcciones a las noticias de Alepo, ciudad que estaba siendo bombardeada por los rusos y que hace nada dejaban atrás algunas de nuestras alumnas. Los vídeos, atroces. Las muertes, incontables todavía. Y nosotras, nos vamos… con la calma y el apoyo en las retinas pero el tormento en los estómagos.
Por la tarde, nos dirigimos al campo de Veria a ver necesidades y poner pequeños parches con lo que, afortunadamente, se ha recaudado. Las vistas de aquel lugar son hermosas. Se asoma un lago de aparente milagro que guarda una trampa letal. Hace 5 meses, el mismo día que estos 400 refugiados fueron recibidos en aquella base militar, el agua se llevó dos niños al abrir la presa. El río se mira, pero no se toca. El techo que les cubre, también parece una fortuna pero la comida escasea día sí y día también. Las condiciones son lamentables y ya no hay vida ni en los ojos de los niños. Profesores, ingenieros, médicos… esperan en medio de aquella nada aparentemente bella, sin recursos, sin nada.
A nosotros se nos desgarra hasta el alma ante este centro olvidado de toda humanidad, compramos lo que se puede e intentamos entender pero no hay quien entienda esto.
La aflicción y los kilómetros nos cierran pronto los párpados porque a veces es así, mejor cerrar los ojos y mañana será otro día.


Fotografía: César S. Baroja
Campo militarizado de Veria




Fotografía: Paloma Agramunt

Miles de niños no acompañados se encuentran en Grecia perdiendo su infancia a cada piedra en el camino. ¿La cifra exacta? Imposible de saber. La mayoría ni si quiera se cuentan, no existen a los ojos de Europa. Aunque se exponen a miradas mucho más peligrosas; con intención de rapto, tráfico y toda clase de abusos.

Esta mañana, la organización DRC, nos da una breve formación acerca del código de conducta en los campos. Imprescindible pero insuficiente para evitar estas desgracias. 

Mientras amaina el sol y los militares se despliegan en cada esquina, nos unimos a una manifestación que sentimos lejos de poder producir algún impacto. 

Ya no sabemos a quien gritar. No sabemos nada. 

Pero nosotros seguimos. Nosotros seguimos…



Las mujeres andan por sus tiendas entre ropa, niños y las suficientes cargas como para que resulte bastante complicado reunir a unas cuantas. Hoy se unieron cuatro. Empiezan desde cero pero escuchan atentas este nuevo estímulo. El resto de las clases siguen su curso habitual; algunos, como esponjas, absorben la lección como el que devora el plato más exquisito. A otros, les pesa demasiado el alma y la guerra como para atender lecciones que no sean recuerdos.

Y así, las historias se nos van acumulando en la piel de tanto estremecerse a cada palabra, que refleja más que la mirada y a cada mirada que habla más que las palabras. “Qué no habrán visto esos ojos”, nos preguntamos ante aquel niño que vio tanto que no habla, aquel otro esbozado en cicatrices o el que ha enterrado la sonrisa con los que fueron su gente y ahora no le queda más que un cuerpo escuálido que aún le queda grande.

Hoy nos despedimos tragando la saliva y la impotencia.
Mañana, mañana será otro día, que ya es bastante.


Fotografía: César S. Baroja





Fotogafía: Paloma Agramunt
Como esperaba el zorro cada tarde al Principito, los chicos ya preparan su corazón cada mañana para las clases mientras alrededor revolotean los niños, pidiendo nuestra atención a brincos. Nos dividimos en tres niveles y nos arropa la sombra de los árboles. Por primera vez en la historia de nuestros ojos, los estudiantes devoran la gramática y hasta nos piden postre. El tiempo se alarga, se extiende como si allí no existiera. La única aguja, el rugido de nuestros estómagos.
Cada día llegan las sorpresas y esta tarde nos tocaba a nosotros. Cuchicheando en una sombra, las chicas asoman su sonrisa como el que no sale en mucho tiempo. Nosotras nos acercamos, tanteando… y sus miradas nos arrastran hasta sus tiendas. Allí nos encontramos con un ritual de maquillaje y bailes que no esperábamos esta tarde. El pacto ya está hecho, mañana habrá clases de inglés para ellas. Ahora debían quedarse en sus tiendas y nosotras… ¡a bailar con todos! mientras, ellas observan por la mirilla de su frontera.
Las normas, como todo en Grecia, van siendo cada vez más relativas, nos relacionamos con adultos, chavales y los niños se cuelgan de nuestros hombros, regalándonos su ternura.
Nos marchamos de la mano del sol y con los corazones aún más preparados para la rutina de mañana.
Hoy la luna está llena, se asoma algo de luz entre tanta niebla.
¿Y mañana? Mañana será otro día.



Fotografía: Paloma Agramunt

A veces no sabes si cubrir necesidades básicas, gritarle a Europa y al mundo o simplemente dedicarte a fluir y compartir alguna sonrisa. Faltar, todo falta. Parece absurdo, incomprensible e inabarcable. Pero por algo estamos aquí así que decidimos la opción de tapar pequeñas heridas  porque todo cuenta, todo suma. Además, contamos con la ayuda de mucha gente que suma y suma y suma lo que quiere, lo que puede y así sumando hoy compramos alimentos, material de deporte, repartimos instrumentos y bueno, nos faltó la libertad pero esa no se vendía en el súper aunque hoy se regalaban sonrisas y mañana… mañana estamos de oferta, traemos el coche lleno.

Gracias:)


Fotografía: Paloma Agramunt

Entrar a los campos es complicado. Los rigen los militares y ellos ponen las normas. Pero como todo en Grecia, es relativo y se puede negociar. Hoy hemos tenido la suerte de poder entrar al de Lagadikia con un proyecto educativo. Son adolescentes que llegaron solos, con la infancia perdida hace tiempo pero aferrados a lo poco que queda a flote; aprender lo que se pueda. El resto del tiempo, lo dedican a esa eterna espera de nadie sabe muy bien qué, a la acumulación de frustración y a esa incertidumbre de todo.
Nos quedamos tres horas por la mañana, tres por la tarde y luego nos vamos. No nos metemos por el resto del campo, no nos relacionamos con el resto de refugiados. Ese es el trato. Pero nosotros, agradecidos de estar allí, aguantamos la sonrisa y jugamos con ellos como si el tiempo hiciera un paréntesis a este naufragio.
Y lo pasamos bien. Y regalamos nuestra energía que luego nos falta por la noche pero nos levanta por el día.



Fotografía: Paloma Agramunt


Para ellos no existen fronteras. Hoy han asaltado las de la universidad, donde se asientan todos entre tiendas de campaña y distintos idiomas vibrando juntos, diferentes pero unidos por una misma causa de la que me siento lejos de poder entender y aún más lejos de atrapar la solución que ponga fin a este delirio humano. Pero no importa. Nuestros corazones laten y siguen cantando esa melodía que dice “mañana será otro día, mañana salvaremos el mundo”.
Y con ese latido nos dirigimos al siguiente punto, un centro donde numerosos voluntarios trabajan para aquel día en el que finalmente llegarán los refugiados, con la esperanza de tener un sitio más digno, un precedente de bienvenida y de integración. Y aunque cada pequeña tarea parece un diminuto grano en el Everest, nuestro corazón late y nosotros seguimos, nosotros seguimos.
¿Y mañana? Mañana será otro día.




Fotografía: Paloma Agramunt


Nuestros corazones laten más rápido que el tiempo, catapultando nuestra imaginación que llega a Grecia antes que nuestros pasos. Intentamos pactar un tratado de paz con ellos, sumidos en una constante guerra contra la eterna espera, absurdas burocracias y ese nadie sabe nada y todo se rumorea.
A pesar de todo, alguien esta feliz y nos baila la sonrisa; las luces de Tesalónica acarician el mar de su bahía centelleándonos un guiño de complicidad, de suerte en esta tragicomedia que nos espera como espera un gato su próximo salto.
El cansancio y la incertidumbre nos invitan a acostarnos pronto. "mañana será otro día, mañana salvaremos el mundo, nuestro mundo”, consolamos tiernamente a nuestros corazones como una canción de cuna.
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